jueves, 24 de marzo de 2011

LLegó la primavera.



El 20 de Marzo llegó la primavera. Los árboles comienzan a florecer y los campos se tiñen de todos los colores inimaginables.





















Por ello en HONOR a la primavera ahí va un cuento.:


LA MARGARITA:


















Esta es una historia que ocurrió en la casa de campo de la campiña. Una casita blanca, siempre bien encalada, que posee un pequeño jardincito a la entrada. Allí, junto a preciosos parterres de lindas flores, en medio del césped, crecía una margarita. Su botón dorado y sus blancos pétalos no eran tan llamativos como los de sus compañeras, pero ella daba gracias por sentir los cálidos rayos de sol y la caricia del viento. 


Los tulipanes, de intensos colores, se erguían orgullosos mostrando sus encantos a los cuatro vientos, y las petunias, no pudiendo competir en fragancia con las rosas, intentaban hincharse para parecer más grandes que ellas. Eran flores cultivadas que requerían las atenciones del jardinero, mientras que la margarita, silvestre, había crecido por su cuenta en medio de la pradera. 

El canto de la alondra, que sobrevolaba el jardincito llamó la atención de la margarita, que no pudo evitar maravillarse ante tan precioso sonido: - ¡Es un canto encantador! Sin duda va dirigido a esas flores tan hermosas, pues su resplandor se ve desde la cerca del camino. Sin embargo, la alondra se posó a su lado, y con extrema dulzura, le dió un beso.

El canto de la alondra, que sobrevolaba el jardincito llamó la atención de la margarita, que no pudo evitar maravillarse ante tan precioso sonido: - ¡Es un canto encantador! Sin duda va dirigido a esas flores tan hermosas, pues su resplandor se ve desde la cerca del camino. Sin embargo, la alondra se posó a su lado, y con extrema dulzura, le dió un beso. 

 ¡La margarita no cabía en sí de gozo! Un besito de la alondra era mucho más de lo que podía esperar una humilde flor como ella. Y aquella noche, cuando plegó sus pétalos para dormir soñó con el canto del pajarillo, con sus alas rasgando el claro cielo, y con el instante en que el pico se acercó a ella para besarla. Por la mañana, no fue el rocío, sino un piar lastimero lo que la despertó. 

La alondra había sido confinada entre los barrotes de una estrecha jaula. Apenas le quedaba sitio para moverse y mucho menos para volar. Gritaba deseperada pidiendo ayuda, pero sus esfuerzos eran vanos. Mientras la pequeña flor sufría por el pajarillo, observó cómo el jardinero, portando unas grandes tijeras, se acercaba a los tulipanes y, uno por uno, cortó sus vidas.

¡Corta la margarita! - Dijo la niña a su compañero. Y la pequeña flor sintió un estremecimiento, pues lo único que deseaba era vivir para consolar a la alondra. - Dejésmola ahí - respondió él - alegrará la jaula. Y colocaron el trozo de hierba en el interior de la jaula.
- Sin duda, - se dijo la margarita - sus cuerpos están destinados a adornar un jarrón. ¡Qué precio tan alto para un adorno tan efímero! - Se lamentaba. Pero su atención se centró inmediatamente en la puerta de la casita, de donde ahora salían unos niños provistos de un gran cuchillo, que se aproximaban hacia ella: - ¡Pondremos un trocito de césped en la jaula! - decían sonriendo - ¡Quedará muy bonito! 

Encerrada con el pajarillo, que no hacía más que batir las alas en un intento por liberarse, escuchaba sus lamentos: - Tengo sed - gemía la alondra - esos niños se han olvidado de que necesito beber agua. Mi garganta está seca, apenas puedo piar y siento el aire cada vez más caliente. Y la margarita se apoyó sobre su pico para intentar proporcionarle un poco de humedad. 

 Durante la noche, la margarita no pudo dormir. El avecilla, con un último beso le había dicho: - Margarita, tu me recuerdas todo lo que tuve ahí fuera, ese mundo inmenso sin fronteras que era mío. Gracias por acompañarme ahora. Y la florecilla, que no podía decir nada, se esforzó por exhalar un sutil aroma que reconfortara a la alondra. - Después, con el corazón roto, se quebró. 

Cuando a la mañana siguiente los niños decubrieron que la alondra había muerto, derramaron muchas lágrimas, tiraron el trocito de hierba y la margarita al borde del camino, y enterraron a la alondra en una bella caja roja. Después, se dispusieron a cazar a otro desventurado pajarillo. Y desde luego fueron incapaces de escuchar a las petunias, que desde su jardinera gritaban: - ¡Olvidad vuestros barrotes, tijeras y cuchillos! Sentáos a nuestro lado y disfrutad con nosotras los aromas, aires y colores de la libertad!